Proyecto: Salvar Angola
Por: Martín Caparrós
No pasa nada: hace unos días que no pasa nada. La escena política argentina nos malacostumbra: aquí una vez por semana pasa algo que lo cambia todo –para que nada cambie, por supuesto. Pero hace unos días que no pasa nada –y yo lo escribo, contrariando la regla número uno de cualquier periodismo: no empezar la noticia diciendo que no hay.
Pero no hay: no hay subtes por el paro y Buenos Aires colapsa como siempre, no hay justicia y otro juez se empeña en demostrarlo retirando a un fiscal porque quiere investigar a un vice, no hay dólar -o hay dos o tres, que viene a ser lo mismo- y todos hablan de la maldición de los diez años y de que ya nos toca. Nada nuevo, nada distinto: el ciclo interminable. Solo una cosa me consuela: la presidenta de la Nación Argentina desembarcando briosa en las playas de Angola.
Puede parecer nimio, pero va a ser grandioso. Sé que la señora no va a dejar pasar esta ocasión inmejorable para mostrarle al mundo lo que nosotros ya sabemos: quién es Ella. Para eso la doctora Cristina Fernández, tan letrada, desmentirá mis presunciones con un verso de Borges: "Sólo una cosa no hay/ que es el olvido". Para eso, tan resuelta, tan esclava de sus convicciones, va a producir un hecho político inolvidable: le dirá por fin en la cara al presidente perpetuo Jose Eduardo dos Santos lo que tantos de sus opositores nunca pudieron decirle, sufrieron cárcel y torturas por querer decirle, muerte por decirle.
Lo hará, seguro –es todo salvo tonta–, con la diplomacia necesaria, en el momento justo. Es probable que no hable sobre el hecho de que dos Santos ya cumplió 32 años seguidos en el poder. Por más que eso perturbe su talante democrático, quizás hasta simule interesarse por los secretos de la nueva constitución angoleña que, parlamentarista como quiere Zaffaroni, le evita al jefe las fatigas de hacerse reelegir o eliminar las elecciones: con poner suficientes diputados en el Congreso le alcanza para hacerse nombrar una y otra vez. La doctora le hará, quizá, dos o tres preguntas sobre cómo lo hizo. Pura diplomacia, cosa de tener algo que decir.
Y el dictador dos Santos, amable como es, no la humillará presentándole a su hija y testaferra, la señora Isabel dos Santos. Verla la mataría: según Forbes, la chica Isabel es una de las mujeres más ricas de África, con una fortuna conocida de 180 millones de dólares repartidos entre su empresa de recolección de basura, su night club, su exportadora de diamantes, sus hoteles, sus participaciones en telefónicas, petroleras, bancos y cuanto negocio aparezca en el país de su papá: política de la sangre a nivel de hemorragia masiva.
Gentileza que nuestra señora reciprocará simulando que –tras el fracaso de su operación Young & Rubicam– le interesa saber si su colega africano está satisfecho con Samuels International Associates, el lobby de Washington que por un par de millones de dólares al año dice que limpia su imagen internacional. Aunque evitará decirle lo que piensa: que no están haciendo un gran trabajo.
Entonces, en el mejor momento de la simulación -excitados cual amigos nuevos, almas gemelas que se reconocen-, comentarán las vicisitudes de vivir en países a los que de pronto una materia prima –el oro negro, el oro verde– llena de divisas azarosas. Ella evitará decir que le sorprende que con tanto dinero y crecimiento Angola tenga más de 40 por ciento de chicos desnutridos y una esperanza de vida de 51 años porque él, salvando las enormes distancias y las proporciones, le podría contestar cosas desagradables sobre villas y desigualdades y violencias y porque, además, estarán a punto de firmar algún negocio: después de todo Angola rebosa de petróleo y el petróleo, como queda visto, da para cualquier postura.
Pero, ya terminados los escarceos diplomáticos, comerciales, versallescos, la señora Presidenta habrá llegado a su momento decisivo: los derechos humanos la preocupan demasiado como para callarse. Ojalá, pensará en un momento de flaqueza, hubiese podido sustraerme. Pero claro, hay valores que están por encima de cualquier conveniencia. Si por lo menos sus asesores le hubieran evitado esas informaciones. Pero concienzuda, meticulosa como es, sabe todo. Me la imagino en el Tango estudiando el documento que acaba de presentar Amnesty International a la Comisión Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos, en su 51 encuentro de abril pasado, que habla de torturas y otras violencias y se queja porque el gobierno angoleño no permite que los informadores de Amnesty visiten su país. Y repasando los reportes de Human Rights Watch -donde trabajan algunos de sus colaboradores más dilectos-, tomando notas, preocupándose. Y entonces, en su discurso oficial, la bomba: de pronto, tan firmes justicieras, sus protestas por la violencia y la cárcel con que dos Santos reprime a los manifestantes que de tanto en tanto se atreven a reclamar más libertad, y por las detenciones de periodistas y las censuras a los medios opositores, y por el destino de los cientos de militantes nacionalistas de la región de Cabinda presos en cárceles donde sus rastros se pierden. E incluso, hacia el final, un pedido muy preciso: la libertad del periodista Ramiro Aleixo, cuya sentencia de cárcel por dos artículos que escribió hace unos años sobre “el sistema judicial militar” debe ser pronunciada el 25 de mayo. De todo eso hablará: no se callará nada. Porque no es de argentinos bien nacidos doblarse ante ninguna tiranía, dirá, por fin, casi pomposa pero cierta y todos, desde aquí, la aplaudiremos orgullosos. Va a ser un gran momento de la patria.
No pasa nada: hace unos días que no pasa nada. La escena política argentina nos malacostumbra: aquí una vez por semana pasa algo que lo cambia todo –para que nada cambie, por supuesto. Pero hace unos días que no pasa nada –y yo lo escribo, contrariando la regla número uno de cualquier periodismo: no empezar la noticia diciendo que no hay.
Pero no hay: no hay subtes por el paro y Buenos Aires colapsa como siempre, no hay justicia y otro juez se empeña en demostrarlo retirando a un fiscal porque quiere investigar a un vice, no hay dólar -o hay dos o tres, que viene a ser lo mismo- y todos hablan de la maldición de los diez años y de que ya nos toca. Nada nuevo, nada distinto: el ciclo interminable. Solo una cosa me consuela: la presidenta de la Nación Argentina desembarcando briosa en las playas de Angola.
Puede parecer nimio, pero va a ser grandioso. Sé que la señora no va a dejar pasar esta ocasión inmejorable para mostrarle al mundo lo que nosotros ya sabemos: quién es Ella. Para eso la doctora Cristina Fernández, tan letrada, desmentirá mis presunciones con un verso de Borges: "Sólo una cosa no hay/ que es el olvido". Para eso, tan resuelta, tan esclava de sus convicciones, va a producir un hecho político inolvidable: le dirá por fin en la cara al presidente perpetuo Jose Eduardo dos Santos lo que tantos de sus opositores nunca pudieron decirle, sufrieron cárcel y torturas por querer decirle, muerte por decirle.
Lo hará, seguro –es todo salvo tonta–, con la diplomacia necesaria, en el momento justo. Es probable que no hable sobre el hecho de que dos Santos ya cumplió 32 años seguidos en el poder. Por más que eso perturbe su talante democrático, quizás hasta simule interesarse por los secretos de la nueva constitución angoleña que, parlamentarista como quiere Zaffaroni, le evita al jefe las fatigas de hacerse reelegir o eliminar las elecciones: con poner suficientes diputados en el Congreso le alcanza para hacerse nombrar una y otra vez. La doctora le hará, quizá, dos o tres preguntas sobre cómo lo hizo. Pura diplomacia, cosa de tener algo que decir.
Y el dictador dos Santos, amable como es, no la humillará presentándole a su hija y testaferra, la señora Isabel dos Santos. Verla la mataría: según Forbes, la chica Isabel es una de las mujeres más ricas de África, con una fortuna conocida de 180 millones de dólares repartidos entre su empresa de recolección de basura, su night club, su exportadora de diamantes, sus hoteles, sus participaciones en telefónicas, petroleras, bancos y cuanto negocio aparezca en el país de su papá: política de la sangre a nivel de hemorragia masiva.
Gentileza que nuestra señora reciprocará simulando que –tras el fracaso de su operación Young & Rubicam– le interesa saber si su colega africano está satisfecho con Samuels International Associates, el lobby de Washington que por un par de millones de dólares al año dice que limpia su imagen internacional. Aunque evitará decirle lo que piensa: que no están haciendo un gran trabajo.
Entonces, en el mejor momento de la simulación -excitados cual amigos nuevos, almas gemelas que se reconocen-, comentarán las vicisitudes de vivir en países a los que de pronto una materia prima –el oro negro, el oro verde– llena de divisas azarosas. Ella evitará decir que le sorprende que con tanto dinero y crecimiento Angola tenga más de 40 por ciento de chicos desnutridos y una esperanza de vida de 51 años porque él, salvando las enormes distancias y las proporciones, le podría contestar cosas desagradables sobre villas y desigualdades y violencias y porque, además, estarán a punto de firmar algún negocio: después de todo Angola rebosa de petróleo y el petróleo, como queda visto, da para cualquier postura.
Pero, ya terminados los escarceos diplomáticos, comerciales, versallescos, la señora Presidenta habrá llegado a su momento decisivo: los derechos humanos la preocupan demasiado como para callarse. Ojalá, pensará en un momento de flaqueza, hubiese podido sustraerme. Pero claro, hay valores que están por encima de cualquier conveniencia. Si por lo menos sus asesores le hubieran evitado esas informaciones. Pero concienzuda, meticulosa como es, sabe todo. Me la imagino en el Tango estudiando el documento que acaba de presentar Amnesty International a la Comisión Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos, en su 51 encuentro de abril pasado, que habla de torturas y otras violencias y se queja porque el gobierno angoleño no permite que los informadores de Amnesty visiten su país. Y repasando los reportes de Human Rights Watch -donde trabajan algunos de sus colaboradores más dilectos-, tomando notas, preocupándose. Y entonces, en su discurso oficial, la bomba: de pronto, tan firmes justicieras, sus protestas por la violencia y la cárcel con que dos Santos reprime a los manifestantes que de tanto en tanto se atreven a reclamar más libertad, y por las detenciones de periodistas y las censuras a los medios opositores, y por el destino de los cientos de militantes nacionalistas de la región de Cabinda presos en cárceles donde sus rastros se pierden. E incluso, hacia el final, un pedido muy preciso: la libertad del periodista Ramiro Aleixo, cuya sentencia de cárcel por dos artículos que escribió hace unos años sobre “el sistema judicial militar” debe ser pronunciada el 25 de mayo. De todo eso hablará: no se callará nada. Porque no es de argentinos bien nacidos doblarse ante ninguna tiranía, dirá, por fin, casi pomposa pero cierta y todos, desde aquí, la aplaudiremos orgullosos. Va a ser un gran momento de la patria.
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