Un mundo de basura
“Finalmente, después de centenas de miles de siglos, intentamos
devolver a la Tierra su aspecto natural, el que tuvo en el pasado,
reconstruimos la corteza terrestre primitiva en plástico, cemento, chapa
de acero, vidrio, esmalte, pergamoide…” (Calvino, 1965)
Daniel Martorell comentaba en un post para Yorokobu: “Cada segundo generamos en el planeta 64 millones de kilos de basura. Nos come -literalmente- la mierda. Deshechos de metal, plástico, vidrio, cartón, que en la mayoría de casos acaban en vertederos incontrolados convertidos en ciudades infames donde viven y trabajan una legión de desheredados.” Y es que, a juzgar por la velocidad con la que incrementamos la acumulación de desechos a lo largo y ancho de nuestro planeta, no parece tan descabellado visualizar un futuro como el que vaticinaba “Wall-e”, la genial película de animación de los estudios Pixar.
Hábitat natural, ciclo cerrado.
El término ‘hábitat’, desarrollado desde la Ecología, proviene del latín habitare, y por tanto de ‘habitar’, ‘vivir’, ‘morar’. Un principio central de esta disciplina es que cada organismo tiene una relación permanente y continua con todos los elementos que componen su entorno (Margalef, 1998), siendo el ‘ecosistema’ el conjunto de interacciones entre los organismos y los flujos de energía y materia del medio físico. De la aplicación de este principio a las ciudades, se derivan los términos ‘hábitat humano’, ‘ecología urbana’ y ‘ecosistema urbano’, enfoques que facilitan pensar la estructura y funcionamiento de la ciudad como interacción de procesos que involucran habitantes, medio habitado, materia y flujos de energía (Odum, 1993).
La totalidad de los organismos (biosfera) y sistemas del medio físico que estos habitan (geosfera e hidrosfera), se degradan progresivamente desde su nacimiento hasta alcanzar el colapso. Esto ocurre por causas diversas: bien por desestructuración interna de la materia de la que están compuestos, bien por problemas de suministro de energía y nutrientes, o bien por disfunción de los mecanismos de desintegración de sus residuos. Sin embargo, esto se produce en el contexto del sistema que constituye el planeta Tierra, caracterizado por ser cerrado desde el punto de vista de la materia, pero abierto desde el punto de vista de la energía, ya que recibe radiación solar, y emite calor hacia el espacio.
El ‘desarrollo sostenible’ de la biosfera es posible porque la energía solar mueve la materia en ciclos cerrados, permitiendo que los residuos sean trasformados permanentemente en fuentes de recursos una vez han realizado su recorrido por la cadena trófica. Las plantas y algunos tipos de bacterias (productores) se alimentan de sustancias inorgánicas a través de la fotosíntesis y la quimiosíntesis, transformándolas en compuestos orgánicos que son asimilados por ellas mismas y por el resto de organismos (consumidores primarios, secundarios, etc.). Cuando los organismos eliminan deshechos o mueren, las sustancias depositadas son desintegradas por animales carroñeros, plantas, bacterias y hongos saprobios (descomponedores), y re-asimiladas cerrando el ciclo (Margalef, 1998). Toda la materia orgánica es objeto de reutilizaciones sucesivas.
El resíduo, invención del ser humano
De esta manera, los hábitats naturales (pradera, bosque, montaña, río, desierto, arrecife, marisma…), responden a un funcionamiento de ciclo cerrado en el que la diferenciación entre recurso y residuo se halla diluida.
El hábitat humano resulta ser una anomalía dentro de la biosfera, ya que no es capaz de cerrar los ciclos cruzados de materiales que ha generado de manera artificial. Desde su origen, ha evolucionado como sistema abierto y creciente, dependiente de la disponibilidad de recursos naturales externos que le proporcionan materia y energía para su consumo continuo. Progresivamente, este cruce de recursos entre hábitats inconexos, cada vez más distantes, cada vez en mayor cantidad, se ha ido intensificando, dando origen a la contaminación ambiental.
Pero es a partir de la Segunda Revolución Industrial cuando este modelo de evolución se precipita, siendo cada vez más patente el desequilibrio entre la progresiva escasez de recursos y el alarmante exceso de residuos. El énfasis de este modelo evolutivo basado en el ‘crecimiento’ y la ‘expansión’ ha tenido, entre otras, las siguientes consecuencias directas que nos interesan aquí:
Por otro lado, la conciencia humana acerca de las consecuencias de su modelo evolutivo se ha ido manifestando a través de múltiples movimientos culturales y corrientes de pensamiento, que hoy englobamos bajo la etiqueta común del ‘ecologismo’. La gran mayoría han tenido su reflejo en la cultura y sociedad urbanas, cuya evolución a lo largo del último siglo no podría entenderse sin este pulso mantenido entre el desarrollismo industrial ‘a toda costa’ y la conciencia ecológica, hoy recogida bajo el paraguas del término ‘sostenibilidad’. La sostenibilidad “no sólo revitaliza la arquitectura, sino que otorga nueva validez moral a la creación de asentamientos humanos, proporciona una nueva base ética para la profesión y, finalmente, da nueva forma al paisaje estético y cultural” (Edwards, 2008: 11).
La oportunidad de futuro que este nuevo paradigma abre para la arquitectura, se une a que el hábitat humano contiene las tres nociones de ‘capital’ expuestas por el Informe Brundtland [1]:
- El capital económico: depende directamente de la explotación de los recursos contenidos en los capitales ambiental y social, y por tanto la sostenibilidad del sistema dependerá de su ponderación y equilibrio.
- El capital social: incluye la cultura, conocimiento y tecnología desarrolladas, y por supuesto las personas, cuya cohesión está asociada a la configuración de las ciudades que habitan.
- El capital ambiental: incluye los hábitats, especies y ecosistemas naturales, antropizados o no, pero también la totalidad de recursos del planeta, y valores negativos como la contaminación.
Desde esta perspectiva, la ciudad construida resulta ser el principal activo de capital que hemos creado y heredado[2], y la única vía de asegurar su conservación y revalorización en el tiempo dependerá de su capacidad para satisfacer las necesidades de sus habitantes, y evolucionar con ellas en equilibrio con el medio en que se haya inserta. Dependerá, por tanto del desarrollo de una capacidad de auto-regeneración hoy no satisfecha.
Notas:
[1] Informe socio-económico de las Naciones Unidas, elaborado en 1987 por una comisión encabezada por la Gro Harlem Brundtland, llamado originalmente “Nuestro Futuro Común” (Our Common Future). En él se define por primera vez el término ‘desarrollo sostenible’ aquel que “satisface las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones”.
[2] En el Reino Unido, por ejemplo, “la mitad de toda la formación de capital fijo corresponde a inversiones en edificios que, sumadas a los activos heredados de los inmuebles, representan aproximadamente el 75% de toda la riqueza” (Edwards, 2008: 24).
Bibliografía:
Daniel Martorell comentaba en un post para Yorokobu: “Cada segundo generamos en el planeta 64 millones de kilos de basura. Nos come -literalmente- la mierda. Deshechos de metal, plástico, vidrio, cartón, que en la mayoría de casos acaban en vertederos incontrolados convertidos en ciudades infames donde viven y trabajan una legión de desheredados.” Y es que, a juzgar por la velocidad con la que incrementamos la acumulación de desechos a lo largo y ancho de nuestro planeta, no parece tan descabellado visualizar un futuro como el que vaticinaba “Wall-e”, la genial película de animación de los estudios Pixar.
Hábitat natural, ciclo cerrado.
El término ‘hábitat’, desarrollado desde la Ecología, proviene del latín habitare, y por tanto de ‘habitar’, ‘vivir’, ‘morar’. Un principio central de esta disciplina es que cada organismo tiene una relación permanente y continua con todos los elementos que componen su entorno (Margalef, 1998), siendo el ‘ecosistema’ el conjunto de interacciones entre los organismos y los flujos de energía y materia del medio físico. De la aplicación de este principio a las ciudades, se derivan los términos ‘hábitat humano’, ‘ecología urbana’ y ‘ecosistema urbano’, enfoques que facilitan pensar la estructura y funcionamiento de la ciudad como interacción de procesos que involucran habitantes, medio habitado, materia y flujos de energía (Odum, 1993).
La totalidad de los organismos (biosfera) y sistemas del medio físico que estos habitan (geosfera e hidrosfera), se degradan progresivamente desde su nacimiento hasta alcanzar el colapso. Esto ocurre por causas diversas: bien por desestructuración interna de la materia de la que están compuestos, bien por problemas de suministro de energía y nutrientes, o bien por disfunción de los mecanismos de desintegración de sus residuos. Sin embargo, esto se produce en el contexto del sistema que constituye el planeta Tierra, caracterizado por ser cerrado desde el punto de vista de la materia, pero abierto desde el punto de vista de la energía, ya que recibe radiación solar, y emite calor hacia el espacio.
El ‘desarrollo sostenible’ de la biosfera es posible porque la energía solar mueve la materia en ciclos cerrados, permitiendo que los residuos sean trasformados permanentemente en fuentes de recursos una vez han realizado su recorrido por la cadena trófica. Las plantas y algunos tipos de bacterias (productores) se alimentan de sustancias inorgánicas a través de la fotosíntesis y la quimiosíntesis, transformándolas en compuestos orgánicos que son asimilados por ellas mismas y por el resto de organismos (consumidores primarios, secundarios, etc.). Cuando los organismos eliminan deshechos o mueren, las sustancias depositadas son desintegradas por animales carroñeros, plantas, bacterias y hongos saprobios (descomponedores), y re-asimiladas cerrando el ciclo (Margalef, 1998). Toda la materia orgánica es objeto de reutilizaciones sucesivas.
El resíduo, invención del ser humano
De esta manera, los hábitats naturales (pradera, bosque, montaña, río, desierto, arrecife, marisma…), responden a un funcionamiento de ciclo cerrado en el que la diferenciación entre recurso y residuo se halla diluida.
El hábitat humano resulta ser una anomalía dentro de la biosfera, ya que no es capaz de cerrar los ciclos cruzados de materiales que ha generado de manera artificial. Desde su origen, ha evolucionado como sistema abierto y creciente, dependiente de la disponibilidad de recursos naturales externos que le proporcionan materia y energía para su consumo continuo. Progresivamente, este cruce de recursos entre hábitats inconexos, cada vez más distantes, cada vez en mayor cantidad, se ha ido intensificando, dando origen a la contaminación ambiental.
Pero es a partir de la Segunda Revolución Industrial cuando este modelo de evolución se precipita, siendo cada vez más patente el desequilibrio entre la progresiva escasez de recursos y el alarmante exceso de residuos. El énfasis de este modelo evolutivo basado en el ‘crecimiento’ y la ‘expansión’ ha tenido, entre otras, las siguientes consecuencias directas que nos interesan aquí:
- La imparable degradación de los ecosistemas naturales en los que se insertan los hábitats humanos, extendida a escala global;
- La incapacidad de los sistemas urbanos e industriales para auto-regenerarse y mantener la calidad interna del territorio construido;
- La zonificación interna y segregación espacial de los sistemas urbanos e industriales según su función.
Por otro lado, la conciencia humana acerca de las consecuencias de su modelo evolutivo se ha ido manifestando a través de múltiples movimientos culturales y corrientes de pensamiento, que hoy englobamos bajo la etiqueta común del ‘ecologismo’. La gran mayoría han tenido su reflejo en la cultura y sociedad urbanas, cuya evolución a lo largo del último siglo no podría entenderse sin este pulso mantenido entre el desarrollismo industrial ‘a toda costa’ y la conciencia ecológica, hoy recogida bajo el paraguas del término ‘sostenibilidad’. La sostenibilidad “no sólo revitaliza la arquitectura, sino que otorga nueva validez moral a la creación de asentamientos humanos, proporciona una nueva base ética para la profesión y, finalmente, da nueva forma al paisaje estético y cultural” (Edwards, 2008: 11).
La oportunidad de futuro que este nuevo paradigma abre para la arquitectura, se une a que el hábitat humano contiene las tres nociones de ‘capital’ expuestas por el Informe Brundtland [1]:
- El capital económico: depende directamente de la explotación de los recursos contenidos en los capitales ambiental y social, y por tanto la sostenibilidad del sistema dependerá de su ponderación y equilibrio.
- El capital social: incluye la cultura, conocimiento y tecnología desarrolladas, y por supuesto las personas, cuya cohesión está asociada a la configuración de las ciudades que habitan.
- El capital ambiental: incluye los hábitats, especies y ecosistemas naturales, antropizados o no, pero también la totalidad de recursos del planeta, y valores negativos como la contaminación.
Desde esta perspectiva, la ciudad construida resulta ser el principal activo de capital que hemos creado y heredado[2], y la única vía de asegurar su conservación y revalorización en el tiempo dependerá de su capacidad para satisfacer las necesidades de sus habitantes, y evolucionar con ellas en equilibrio con el medio en que se haya inserta. Dependerá, por tanto del desarrollo de una capacidad de auto-regeneración hoy no satisfecha.
Notas:
[1] Informe socio-económico de las Naciones Unidas, elaborado en 1987 por una comisión encabezada por la Gro Harlem Brundtland, llamado originalmente “Nuestro Futuro Común” (Our Common Future). En él se define por primera vez el término ‘desarrollo sostenible’ aquel que “satisface las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones”.
[2] En el Reino Unido, por ejemplo, “la mitad de toda la formación de capital fijo corresponde a inversiones en edificios que, sumadas a los activos heredados de los inmuebles, representan aproximadamente el 75% de toda la riqueza” (Edwards, 2008: 24).
Bibliografía:
BRAUNGART, Michael y MACDONOUGH, William. De la cuna a la cuna. Rediseñando la forma en que hacemos las cosas. Madrid: McGraw-Hill, 2005 (Del original: Cradle to cradle. Remaking the way we make things. London: North Point Press, 2003)
CALVINO, Italo. Todas las cosmicómicas. Madrid: Siruela, 2007. (Del original: Le cosmicomiche. Torino: Einaudi, 1965)
EDWARDS, Brian. Guía básica de la sostenibilidad. Barcelona: GG, 2008. (Del original: Rough guide to sustainability, Londres: RIBA Enterprises, 2005).
GARCÍA VÁZQUEZ, Carlos. Obsolescencia urbana, en La Ciudad Viva, nº3, 2010, p. 4-5.
HUYGEN, Jean-Marc. La poubelle et l’architecte. Vers le réemploi des matériaux? Arles: Actes Sud, Collection l’Impensé, 2008.
KOOLHAAS, Rem. Espacio basura. De la modernización y sus secuelas. Ed. GG Colección GGmínima. Barcelona, 2008.
LYNCH, Kevin. Echar a perder. Un análisis del deterioro. SOUTHWORTH, Michael (ed.). Barcelona: GG, 2005 (Del original: Wasting away. An exploration of waste: What it is, how it happens, why we fear it, how to do it well. San Francisco: Sierra Club Books, 1990).
MARGALEF, Ramón. Ecología. Barcelona: Omega, 9ª ed., 2008.
ODUM, Eugene. Ecology and our endangered life-support systems. Massachusetts : Sinauer, 1993.
La ciudad viva
CALVINO, Italo. Todas las cosmicómicas. Madrid: Siruela, 2007. (Del original: Le cosmicomiche. Torino: Einaudi, 1965)
EDWARDS, Brian. Guía básica de la sostenibilidad. Barcelona: GG, 2008. (Del original: Rough guide to sustainability, Londres: RIBA Enterprises, 2005).
GARCÍA VÁZQUEZ, Carlos. Obsolescencia urbana, en La Ciudad Viva, nº3, 2010, p. 4-5.
HUYGEN, Jean-Marc. La poubelle et l’architecte. Vers le réemploi des matériaux? Arles: Actes Sud, Collection l’Impensé, 2008.
KOOLHAAS, Rem. Espacio basura. De la modernización y sus secuelas. Ed. GG Colección GGmínima. Barcelona, 2008.
LYNCH, Kevin. Echar a perder. Un análisis del deterioro. SOUTHWORTH, Michael (ed.). Barcelona: GG, 2005 (Del original: Wasting away. An exploration of waste: What it is, how it happens, why we fear it, how to do it well. San Francisco: Sierra Club Books, 1990).
MARGALEF, Ramón. Ecología. Barcelona: Omega, 9ª ed., 2008.
ODUM, Eugene. Ecology and our endangered life-support systems. Massachusetts : Sinauer, 1993.
La ciudad viva
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