Una nueva educación para la era de la hiper-información
Es urgente que los actuales modelos educativos se adapten a una era en
la que la información fluye vertiginosamente; atrás quedó la
memorización y la coerción, ahora toca el turno a la innovación y la
programación de nuevos paradigmas.
Hoy sería difícil requerir de una
explicación para entender por qué somos miembros activos de la “sociedad
de la información”. Actualmente este término, popularizado durante las
últimas dos décadas, no es más un abstracto conceptual sino una realidad
cotidiana: hoy irradiamos información, sudamos rítmicos flujos de bits,
e incluso nuestra auto-percepción está cada vez más definida por esa
“naturaleza” informativa.
Esta extrema informatización de la
realidad ha impactado en prácticamente todos los rubros de nuestra
existencia: desde procesos cognitivos hasta relaciones laborales,
pasando por prácticas laborales, comunicación intrafamiliar y contiendas
electorales. Pero ¿cómo repercute este fenómeno en el sistema
educativo? ¿cómo puede la educación beneficiarse, en lugar de padecer,
este escenario propio de la hiper-información?
La educación de ayer
Históricamente la forma tradicional de
educar ha evidenciado aspectos cuestionables (sin ignorar que desde hace
décadas existen loables alternativas, desde Montessori hasta Waldorf,
por mencionar solo algunas). Ya sea por un pobre acercamiento al real
entendimiento de cómo funciona la mente humana, a la poca sensibilidad
para lidiar con los diversos tipos de personalidades, o a una filosofía
cuya ética educativa es poco estimulante –por ejemplo un modelo que
favorece la coerción sobre la confianza–, entre muchos otros factores,
lo cierto es que millones de niños padecen su vida educativa (y decenas
de sociedades se ven afectadas por los bajos niveles educativos).
Pero más allá de los vicios clásicos, y
más recurridos, de los sistemas de educación alrededor del mundo, hoy la
hiperconectividad exige una rápida revolución en este campo: es
fundamental que el actual modelo educativo se adapte a la inédita
intensidad con la que se comparte información. Por esta razón los
funcionarios y educadores del mundo tienen ante sí un monumental reto:
agilizar la característica lentitud de las reformas pertinentes en
contraste con el vertiginoso ritmo que rige la transformación de las
prácticas informativas.
Sobre la memoria
La memorización es uno de los aspectos
propios de la educación tradicional que caen en flagrante caducidad
dentro del nuevo contexto –sin dejar de mencionar que tal vez, el
memorizar, nunca debió ser un aspecto prioritario–. Hoy la accesibilidad
a la información permite redirigir esos “recursos” mentales de los
niños hacia procesos más complejos, y sin duda más estimulantes. “Hoy
tenemos acceso en la red a la totalidad de la información de la historia
del hombre y sus descubrimientos. Deberíamos hacer más contrastación
(sic) en el aula: en vez de pedir que memoricen fechas importantes,
quizás sea mejor pedir que comparen procesos o eventos, y analicen
consecuencias”, advierte Nick Perkins, especialista en educación, en
entrevista para el diario chileno El Mercurio.
La nueva era
Independientemente de que prescindir de
la memorización informativa en pro de desarrollar otras aptitudes sea
una exigencia actual, existen otras características fundamentales de la
‘nueva era’ que debiese ser tomadas en cuenta. Por ejemplo, concebir a
los alumnos ya no solo como consumidores de contenidos, sino como
productores de los mismos –e incluso utilizar sus propios contenidos
para impartir la enseñanza–. “A veces pregunto en los colegios qué
porcentaje del contenido que utilizan para enseñar proviene de los
alumnos y me miran como loco. Un niño de octavo que es buen alumno
podría escribir material que puede ser usado por niños de tercero. Eso
es un buen incentivo para ambos”, enfatiza Perkins.
Y si vamos un paso más allá, entonces tendríamos que remitirnos a lo que propone Douglas Rushkoff en su libro, Program or be Programmed:
nos advierte que las nuevas generaciones ni siquiera deben contentarse
con ser productores de contenido, ya que deben incluso involucrarse en
el diseño (y programación) de las plataformas que distribuirán sus
creaciones, y las cuales, si tomamos en cuenta que el medio es, en buena
medida el mensaje, son las que determinan una buena porción de los
hábitos psicosociales y culturales de la sociedad contemporánea.
“Cada vez que obtenemos un nuevo medio
la sociedad en general siempre esta un paso atrás. Cuando el lenguaje
fue creado no emergió con ello una sociedad de generadores e discurso
sino una de oyentes que se agrupaban en torno a aquellos que realmente
dominaban el arte de la palabra. Siglos después el invento del alfabeto
escrito no coincidió con el surgimiento de una sociedad de lectores sino
de un grupo que se contentaba con sentarse alrededor de los o
sacerdotes a escuchar las lecturas que ellos elegían para compartir.
Algo similar ocurrió con el invento de la imprenta que, repitiendo la
filosofía masiva del “un paso atrás” no presenciamos el nacimiento de
una población de escritores sino de lectores que se regocijaban con la
divina oportunidad de poder llevar un libro a su intimidad. Y ahora, con
el nacimiento de internet, surgió una efusiva masa de generadores de
contenido, sin embargo la programación de las herramientas que sirven
para distribuir dicho contenido, y que son las que en buena medida
definen las pautas psicoculturales, se mantiene a manos de una “élite”. Y
por eso dentro de este nuevo medio resulta aún más fundamental conocer
como funciona y aprender a manejarlo, a codificarlo, por nosotros mismos
ya que ello nos permite combatir los las tendencias socioculturales que
no nos benefician como sociedad y, mejor aún, participar en su
diseño.”
Una coyuntura histórica
Al parecer estamos frente a un momento
decisivo en cuestiones educativas. Se trata de reformar los actuales
modelos apuntando a una enseñanza analítica y no de memorización, que
privilegie la innovación por sobre la replica, que transforme
radicalmente la auto-percepción de los alumnos, que promueva una ética
práctica en lugar del temor a la coerción –entendiendo que la libertad,
sin responsabilidad, jamás será realmente libre–, y que permita
aprovechar al máximo el delicioso caudal de información al que hoy
estamos expuestos, materializándolo, idealmente a corto plazo, en una
realidad de bienestar compartido.
Visto en Pijama surf Javier Barros del Villar
Comentarios