De gorilas y soldados
No hay margen. No es momento. No es útil. Al menos, eso es lo que pretenden explicarnos. El debate confunde a los convencidos, divide a los aliados, resulta una pérdida de tiempo. Eso dicen. La discusión es funcional al adversario, es signo de debilidad, es retroceso y distracción. Hay cosas más importantes: manipular la información, ocultar lo negativo, exagerar lo positivo, apelar a la repetición como fórmula, aprovechar el archivo cuando se trata de mostrar incoherente al enemigo, pero aducir un “cambio de contexto” cuando el mismo registro de un pasado contradictorio los deja mal parados. Eso es lo que piensan los protagonistas que se mueven sobre un tablero de confrontación. Polarizados y enojados, saben que el que plantea una crítica debe ser descalificado de inmediato. No importan los argumentos ni interesan las razones. Para qué profundizar, para qué analizar complejidades y asumir graves errores. El que cuestiona no es un ser pensante: es una persona pasible de ser definida con el peor de los adjetivos. Y cuanto más agresivo sea, cuanto más peyorativo y despreciativo, mejor. No importa que el que opine sea un historiador con años de investigaciones alrededor de la silenciada historia del movimiento obrero argentino; que el que hable sea un militante que recorre el país convocado por multitudes de jóvenes que escuchan admirados su mensaje amplio, unitario, revolucionario.
Todos podemos ser descalificados porque no hay nada más sencillo que inventar una categoría que aniquile la discusión y obture el riesgoso ejercicio de pensar. Lo que pasa es que no entienden el proceso, nunca lo entendieron, explican, con algo de paciencia. Lo que pasa es que no comprenden que el enemigo los usa y usa sus críticas para debilitar al modelo, aseguran con menos calma. Lo que pasa es que son “gorilas”, dicen ya hartos, molestos contra quienes incurren en la osadía de pensar más allá de la propaganda. ¿Qué categoría social o política es la de “gorilas”? ¿Joaquín Morales Solá es “gorila”, por ejemplo?, ¿y Osvaldo Bayer también? ¿Alguien nos puede explicar qué elementos en común tienen Bayer y Morales Solá para pertenecer a una misma categoría? ¿No será que el adjetivo es la herramienta para salir del paso, la digresión que elude la discusión, la chicana fácil y simplona que nos permite seguir adelante sin mirar atrás? El modelo no precisa ahora de individuos cerebrales, reflexivos, observadores con pensamiento crítico, aducen, quizá con razón. El modelo necesita soldados de la propaganda, hombres y mujeres ejercitados en la descalificación rápida, cuadros políticos entrenados en el arte del travestismo político, que hasta ayer nomás defendían las banderas que hoy pretenden quemar en las llamas de la Inquisición. A quienes no se encolumnen detrás del pensamiento único, les corresponde el agravio, y a otra cosa. A ellos los llaman “neutrales”, por no decirles “tibios”. ¿Los que manifiestan su opinión desde hace décadas son “neutrales”? ¿Los que defienden los intereses de los sectores populares desde toda la vida son “tibios”? ¿Los conversos y mercenarios que cambian de camiseta según convenga en cada caso y hoy acusan desde sus despachos y cargos oficiales son los ejemplos de coherencia y convicción?
Mejor ni pensar. Mejor ni discutir, menos polemizar. Para qué darle pasto a las fieras. Si es más fácil agredir, si es mucho más sencillo cerrar filas y acatar el mensaje orgánico. Asumir el doble discurso, la hipocresía, la manipulación. Después de todo, el fin siempre justifica los medios. Y los que no entiendan, allá ellos. Serán gorilas, seguro.
Fuente:http://www.revistasudestada.com.ar/web06/sommaire.php3
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